23 septiembre, 2005

Crónica


Día extraño. El colectivo que me llevaba a trabajar se rompió y me dejó a pie. Pero no fue eso. Ni tampoco que el colectivo que me traía del trabajo TAMBIÉN se rompió y me dejó a pie…No fue eso tampoco. Aunque tuvo mucho que ver.
Me bajo de ese segundo colectivo (con la cara que uno puede tener cuando un colectivo lo deja a pie por segunda vez en un solo día, y para colmo a la una y cuarto de la tarde, con hambre y el almuerzo apenas en proyecto), en Libertador y Santiago del Estero. Empiezo a caminar por Libertador hacia el este mirando el suelo y puteando en varios idiomas, cuando empiezo a ver en el suelo, cerca de la pared de la Escuela Normal, unas huellas de un pie descalzo, un pie derecho, bañado en sangre.


Empiezo a seguir el rastro, cruzo la Avenida Alem, siguiéndolo paso a paso, sube a la plaza, sigue, camina por las piedras lajas de la plaza, atraviesa el pasto, comienza a zigzaguear apoyándose en los árboles, se resbala en su propia sangre, sigue sin parar, el pie descalzo, gotas en el suelo, y sólo ese pie que se repite. Cruza el centro de la plaza, sigue un poco más y se detiene. Varias marcas en un punto. Mira hacia atrás y… no sé. No hay más marcas desde allí.
Me dovolví para buscar el origen, la primera huella, algún dato. Encuentro el primer paso, el más claro en la forma del pie (un pie masculino sin dudas), y me acerco al quiosco para preguntar qué pasó. La quiosquera me habla de un acuchillado, de los vidrios rotos del locutorio de la esquina, de la locura de gente anoche por el día de la primavera y el estudiante, que en la radio hablaron de 45 mil personas, pero ella cree que más. Que ella no vió nada porque cerró a las doce (“se me querían meter al quisco, no paraba de pasar gente ni un minuto, era impresinante”).
Saco la cámara de fotos (por suerte la llevaba en el bolso) y me pongo a registrar algunas huellas. Repito el camino otra vez. Llego al final (a todo esto, con un bolso pesadísimo y una bolsa llena de cosas en la mano) y se me ocurre que lo mejor era filmar el recorrido.


Tenía 108 segundos en la tarjeta y me devuelvo otra vez al punto cero. Filmo el recorrido. Voy descubriendo detalles en esa revisión. Se me acaba la tarjeta. Pienso que la luz no era conveniente, mucho sol de medio día, que sería mejor volver al atardecer. Dos y media de la tarde entro a mi casa.
A las seis de la tarde volví, filmé de nuevo el recorrido, ahora un poco mejor. Llego al final del trayecto, giro, filmo la plaza, se acaba la tarjeta y me encuentro a un amigo que venía, como todo el mundo a esa hora y a cuaquier otra, en su mundillo mental. Me atormenta con un problema más que banal, a los gritos, a su manera, y se va. Y me quedo ahí, haciendo un esfuerzo por reconstruir la escena.
Recaminé ya por quinta y última vez el circuito, siempre encontrando nuevos indicios, marcas que me explican el lugar exacto de la herida, que me sugieren cómo, por qué y dónde. Varias hipótesis.




Por un momento me convierto en ese tipo, lastimado y hullendo a pie de algo, sin parar, hasta que no puede seguir.