26 septiembre, 2005

El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular._Por Roberto Arlt


Texto del libro Aguafuertes porteñas

Ensalzaré con esmero al benemérito "fiacún".

Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a establecer el origen de la "fiaca", y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del término. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos setenta y un años después me levantarán una estatua.

No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:

-¡Hoy estoy con "fiaca"!.

De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la intención de "tirarse a muerto", pero ello es un grave error.

Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo.

Exactamente lo mismo.

Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no quedará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda.

Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detestó el señor Dante Alighieri.

La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto: "Desgarro físico originado por la falta de alimentación momentánea". Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años.

Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabra mencionada. Y algunas más.

Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los genoveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: "Tiene la "fiaca" encima, tiene". Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara.

En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su mayoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profesión del almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se observaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la "bella Italia" y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra "manyar" que es la derivación de la perfectamente italiana "mangiar la follia", o sea "darse cuenta".

Curioso es el fenómeno, pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: "Hacer el rostro".

¿A qué no se imaginan ustedes lo que quiere decir "hacer el rostro"? Pues hacer el rostro, en genovés, expresa preparar la salsa con que se condimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la aplican cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden vender o utilizar momentáneamente, se llama el "rostro", es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pasado el peligro.

Volvamos con esmero al benemérito "fiacún".

Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran muchachos, a esos robustos ganapanes de quince años, de dos metros de altura, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban descubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos.

Esos muchachos era los que en todo juego intervenían para amargar la fiesta, hasta que un "chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándolos de la función. Bueno, estos grandotes que no hacían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con gesto huído, estos "largos" que se pasaban la mañana sentados en una esquina o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular acierto el término.

Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el "fiacún" dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza.

Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de "squenún", sino que tiene una proyección transitoria, y relacionada con este otro acto. En toda oficina pública y privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma y un empleado ve que su compañero bosteza, inmediatamente le pregunta:

-¿Estás con "fiaca"?

Aclaración. No debe confundirse este término con el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la "fiaca" excluye toda premeditación, elemento constituyente de la alevosía según los juristas. De modo que el "fiacún" al negarse a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.

23 septiembre, 2005

Crónica


Día extraño. El colectivo que me llevaba a trabajar se rompió y me dejó a pie. Pero no fue eso. Ni tampoco que el colectivo que me traía del trabajo TAMBIÉN se rompió y me dejó a pie…No fue eso tampoco. Aunque tuvo mucho que ver.
Me bajo de ese segundo colectivo (con la cara que uno puede tener cuando un colectivo lo deja a pie por segunda vez en un solo día, y para colmo a la una y cuarto de la tarde, con hambre y el almuerzo apenas en proyecto), en Libertador y Santiago del Estero. Empiezo a caminar por Libertador hacia el este mirando el suelo y puteando en varios idiomas, cuando empiezo a ver en el suelo, cerca de la pared de la Escuela Normal, unas huellas de un pie descalzo, un pie derecho, bañado en sangre.


Empiezo a seguir el rastro, cruzo la Avenida Alem, siguiéndolo paso a paso, sube a la plaza, sigue, camina por las piedras lajas de la plaza, atraviesa el pasto, comienza a zigzaguear apoyándose en los árboles, se resbala en su propia sangre, sigue sin parar, el pie descalzo, gotas en el suelo, y sólo ese pie que se repite. Cruza el centro de la plaza, sigue un poco más y se detiene. Varias marcas en un punto. Mira hacia atrás y… no sé. No hay más marcas desde allí.
Me dovolví para buscar el origen, la primera huella, algún dato. Encuentro el primer paso, el más claro en la forma del pie (un pie masculino sin dudas), y me acerco al quiosco para preguntar qué pasó. La quiosquera me habla de un acuchillado, de los vidrios rotos del locutorio de la esquina, de la locura de gente anoche por el día de la primavera y el estudiante, que en la radio hablaron de 45 mil personas, pero ella cree que más. Que ella no vió nada porque cerró a las doce (“se me querían meter al quisco, no paraba de pasar gente ni un minuto, era impresinante”).
Saco la cámara de fotos (por suerte la llevaba en el bolso) y me pongo a registrar algunas huellas. Repito el camino otra vez. Llego al final (a todo esto, con un bolso pesadísimo y una bolsa llena de cosas en la mano) y se me ocurre que lo mejor era filmar el recorrido.


Tenía 108 segundos en la tarjeta y me devuelvo otra vez al punto cero. Filmo el recorrido. Voy descubriendo detalles en esa revisión. Se me acaba la tarjeta. Pienso que la luz no era conveniente, mucho sol de medio día, que sería mejor volver al atardecer. Dos y media de la tarde entro a mi casa.
A las seis de la tarde volví, filmé de nuevo el recorrido, ahora un poco mejor. Llego al final del trayecto, giro, filmo la plaza, se acaba la tarjeta y me encuentro a un amigo que venía, como todo el mundo a esa hora y a cuaquier otra, en su mundillo mental. Me atormenta con un problema más que banal, a los gritos, a su manera, y se va. Y me quedo ahí, haciendo un esfuerzo por reconstruir la escena.
Recaminé ya por quinta y última vez el circuito, siempre encontrando nuevos indicios, marcas que me explican el lugar exacto de la herida, que me sugieren cómo, por qué y dónde. Varias hipótesis.




Por un momento me convierto en ese tipo, lastimado y hullendo a pie de algo, sin parar, hasta que no puede seguir.

22 septiembre, 2005

crisálida

17 septiembre, 2005

Prótesis 6 y 7


13 septiembre, 2005

"Ojo Táctil". Prótesis ocular manufacturada

plagiario libritos

plagiario



Bocetos de arte de tapa para el libro "Plagiario" de Adrián Salas. Edición numerada de 10 ejemplares. Colección Apéndice, Editorial Salamandra. 2005.

03 septiembre, 2005

crisis universitaria


Vienen por el oro


"aire puro" "agua contaminada" "no queremos contaminación"



01 septiembre, 2005

... .. .. . ... .. ... .







Ayer llovió todo el día.
Hoy, milagrosamente, amaneció todavía con algo de agua. A muchos sanjuaninos nos gusta la lluvia, y creo que cada vez que llueve nos transportamos a otro lado, a un San Juan húmedo, distinto, que seguramente existe en alguno de los universos posibles. La luz del día es otra, el olor del aire, el sonido del goteo sobre el suelo, el caminar de la gente, todo cambia. Ni hablar de las conversaciones en la calle, especialmente las que surgen de encuentros casuales o entre desconocidos.
En realidad la gente habla del clima, si no todos los días, casi todos. Y yo supongo que es el tema más sencillo de plantear a un interlocutor extraño porque lo más probable es que se coincida en las impresiones, ya que ambos, les guste o no, sienten frío o calor, zonda o humedad. Pero estoy segura de que nadie, o casi nadie (para no sonar tan absoluta) deja pasar ese tema en sus charlas pluviales. No se puede ser indiferente a semejante transformación del entorno.
Esta mañana tuve que despegarme de mi cama temprano (muy a mi pesar) y salir a la calle. Subí los escalones embarrados del 50 y con sólo verle la cara al chofer me alcanzó para deducir que no era un buen día para él.
Me siento a leer el diario y, a las pocas cuadras, en el primer semáforo camino al centro, se le para el colectivo. Muerto. No había manera. El pobre hombre seguía con su gesto de hastío dándole al arranque mientras yo, no muy conmovida por el asunto, sigo leyendo el artículo de Gianni Vattimo, casualmente titulado El fin del entusiasmo, a la espera de que “alguien” haga “algo”.
Empezamos a bajar para subir en malón al 16 que venía atrás. Agarré el último asiento libre y me dispuse a seguir con la lectura, pensando que con el cambio de línea tendría que caminar un poco más, pero bué:
“El uso de Internet ‘contra el sistema’ es una señal de que aquí los grupos son por lo menos tres: los cableados, divididos a su vez entre los filo-USA y los anti_USA; y los no cableados…”, y ahí me cae un gotón del techo en el medio de la página. Ya para el segundo iba por otro artículo, pero mi cabeza seguía en sonrisa.
Y así es que los planes y las rutinas y los humores se modifican según los planos de la naturaleza.
O de uno.
Si es posible.
- - -
- - -
- - -




- - -
- - -
- - -